Llegar a casa después de una dura jornada de trabajo, encender una barrita de incienso, una taza de té y «Renegades» de X  Ambassadors sonando en Spotify en el  pc, mientras te sientas en el balcón observando la lluvia caer y oyendo el repiqueteo de las gotas en las ventanas.

Una tras otra van chocando contra el cristal y cayendo hasta el alfeizar de la ventana, dibujando lineas y marcando caminos para las siguientes; aquellas que van rápido, se difuminan pronto y le pierdes la vista; pero hay otras que recorren su camino lentamente, haciendo que intentes adivinar su destino. Ardua tarea esa,  al comprobar que todas las gotas interfieren entre ellas y ninguna llega a hacer un recorrido totalmente predecible.

Hay gotas que, en su camino, se van cruzando con otras, formando gotas mayores y cambiando su destino temporal. Otras, aún sin llegar a encontrarse nada en su senda, hacen que ésta cambie de dirección al menos un par de veces. Y otras, encuentran algún obstáculo, inapreciable al ojo humano y parte su camino en dos, haciendo que ahora tengas que observar e intentar saber de cada una de ellas por separado; y viendo que ambas, siguen recorriendo el cristal con la única intención de llegar a su destino, sea cual sea éste.

Es en ese momento cuando te das cuentas, que somos Una gota en el cristal