“No te puedo perder, no te puedo perder”
Es lo que resonaba en la cabeza de Laura una y otra vez, los sesenta segundos de un minuto, los sesenta minutos de una hora, las veinticuatro horas del día.

Laura y Daniel se conocían desde la infancia.
Aún recordaba ese primer día en la escuela infantil; ella sentada en los banquitos de plástico de no más de una cuarta de altura, cuando llegó un pequeño, rubio, con los cachetes sonrojados y los ojos llorosos.
Laura se acercó, le cogió de la mano y lo llevó de nuevo a los banquitos.
Daniel encontró refugio en ese apretón.

Fueron juntos al colegio, y de ahí al instituto.
Si no caían en la misma clases, no les importaba, en los recreos, en los descansos, siempre se buscaban.
Pero llegó el último día del último curso de instituto.
Los dos sabían que ese día llegaría.
Hasta ahora, tan sólo en verano, que cada uno iba a visitar a su familia y se separaban por algún tiempo, había estado siempre juntos.
El paso a la facultad haría que tuvieran que separarse.

Pasaron los primeros años y volvieron a coincidir en las fiestas del pueblo.
Fueron unos días inolvidables, pero el fin del verano, volvió a sacar la tormenta de sensaciones que sufrieron años atrás, y vuelta a separarse.

Nochebuena en casa de Laura
Ya estaban todos merodeando por la mesa, picoteando como cual pajarillo a las puertas de un bar después del desayuno.
Sonó el timbre.
Laura no se podía imaginar quien estaba al otro lado de la puerta.
Daniel entró y se fundieron en un caluroso abrazo; casi no se podía distinguir quien era cada uno.
Daniel volvia para quedarse, ya no se separarían; podría teletrabajar y así no separarse más de Laura.
Pasaron el resto de las navidades sin separarse un solo segundo.

Final de Enero.
Laura llevaba unos días con malestar, mucho cansancio, náuseas por las mañanas; incluso olores que antes eran familiares ahora le resultaba incómodo.
Estaba embarazada.
Daniel no cabía en sí de felicidad.
En el otro extremo, Laura, se encontró al borde de un abismo.
Aunque estaba feliz por Daniel, ella se encontraba ahora mismo entre la espada y la pared.
El embarazo había llegado sin esperarlo. Había pillado a Laura sin haber podido hablar con Daniel. Ya era tarde.
No sabía como afrontarlo.
Corría el riesgo de perder a Daniel para siempre; ahora que habían vuelto a encontrarse. Pero por otro lado, era sumamente importante que él lo supiera, y cuanto antes mejor. El día del parto se enteraría, y Laura pasaría a ser Pandora.

Febrero.
Laura no puede más, lleva varios días sin dormir. La imagen del parto y Daniel enterándose en ese momento le repiqueteaba en sus pensamientos.
Lo había decidido ya.
Sólo veía una salida a este laberinto.
Recorrió varias carreteras locales. Buscaba un lugar lo suficientemente lejos para que el coche pudiera coger velocidad, y a su vez, lo suficientemente cerca para no levantar sospechas en Daniel por hacer un viaje sin equipaje.

Laura le planteó salir a cenar, irían a un restaurante en la sierra.
A mediodía Laura llamaba para confirmar la reserva.

Se montaron en el coche. Los dos tan parecidos y los dos tan diferentes. Ambos arreglados. Daniel pensando en la celebración del embarazo y Laura, Laura esperando llegar al lugar donde había decidido estrellar el coche.

Momentos antes de llegar, Laura empezó a contárselo a Daniel. Necesitaba irse de este mundo habiéndoselo contado a su amor de toda la vida; a ese pequeño , rubio, con cachetes sonrojados y ojos llorosos.
Que triste es el destino; la mano que calmó a Daniel aquella mañana en la escuela infantil es la misma que ahora lo hacía llorar desconsoladamente.
A cada lágrima que recorría las mejillas de Daniel, más pisaba Laura el acelerador.
Daniel le suplicó que parara, que todo se podría arreglar, que ambos encontrarían una solución. Pero Laura no lo escuchaba, ya tan sólo lo oía.
La curva que había visto días atrás; la que pasaba debajo de las vías del tren; aquella que tenía un pilar extremadamente cerca de la carretera; ya estaba ahí, se podía divisar desde el coche, aún siendo de noche y tener que ir con las luces encendidas.

Ya no había vuelta atrás. Todo terminaría en cuestión de unos segundos.

Los padres de Daniel lloraron de alegría. Su hijo despertaba del coma.
Había sido un accidente terrible. El reventón de la rueda delantera había hecho que el coche en el que viajaba su hijo, Laura y su futuro nieto, se estrellara contra el puente del tren.

Irónicamente, el reventón que todo el mundo consideraba causante del accidente era lo que aminoró los daños.

Daniel le contó lo ocurrido el día del accidente, y que todo había sido ideado por Laura

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